La invasión musulmana incordia
Es la costumbre que está de moda: lloriquear y tratar de sacar "mojada" del Gobierno y dar pena a los medios internacionales, que por otra parte cada vez están peor.
Los musulmanes tienen la solución a todos sus problemas: Que cojan los bártulos, se vuelvan a sus respectivos países y a otra cosa mariposa. Fíjense que fácil lo tienen.
Pero como siempre hay idiotas, lelos, memos, pues siempre tienen público para sus lamentaciones. ¡Váyanse a esparragar!
Lean el texto que se acompaña. No tiene desperdicio. Una joya.....
Señores Rachid, Mohamed, Mouloud, Abdelkader y compañia. Ustedes viven denunciando en España las continuas ofensas a su religión, las críticas injustas a sus costumbres y modo de vida, las discriminaciones que padecen, las condiciones penosas en las que viven, el rechazo que experimentan, las agresiones diarias que sufren a mano de los españoles, y un sinfin de penurias e injusticias que son el pan (o mejor dicho el cuscús) diario de los buenos musulmanes en la tierra de sus antepasados, Al-Ándalus. Denunciáis todo esto y señalaís con el dedo acusador a los culpables de tantos atropellos contra los seguidores de la verdadera fe: los racistas españoles, los antiislámicos que usurpan vuestra arrebatada propiedad, los odiadores islamófobos.
¡Tienen ustedes toda la razón! Cada día los españoles son más racistas. Cada día son más los infieles que dicen estar hartos de lo que llaman malintencionadamente “la invasión musulmana”, los que despotrican contra la “islamización” de España. Os acusan de manera maliciosa de ser los principales culpables de los altos índices de delincuencia y criminalidad que afectan al país. Os señalan como los responsables de la rápida y creciente degradación de barrios y pueblos donde os habéis instalado. Se muestran molestos e intolerantes con la presencia de vuestras mujeres cubiertas de la cabeza a los pies empujando carritos llenos de hijos por las calles.
Os culpan de la saturación de los servicios públicos, de las colas en los hospitales. Os ponen trabas para que podáis traer a vuestros familiares, parientes, vecinos y amigos a esta tierra que es la vuestra. Os exigen que os amoldéis a las leyes y las costumbres del país, y tantas cosas más…
¡Cuanta razón tienen ustedes de quejarse y de denunciar en voz alta esta situación intolerable, que humilla la conciencia humana y evidencia la hipocresía de los supuestos valores cristianos y democráticos de los españoles! Señores, deben denunciar este racismo en las más altas instancias del país, en el Congreso de los Diputados, en los ayuntamientos, ante las ONGs, en las calles si es menester.
Pero haríais mejor aun yendo a vuestros países de origen para informar de esta situación a vuestros compatriotas, que todavía son libres y se encuentran fuera del alcance del racismo que padecen ustedes aquí. Debéis alertar a los miles, centenares de miles y millones de magrebíes y de musulmanes de todos los rincones de la tierra que están listos para ceder al espejismo de las bondades del sistema occidental y que corren el peligro de caer en la trampa horrible que les tienden los racistas españoles.
Señor Rachid, digále esto a sus hermanos, a sus primos, a sus mujeres, a sus hijos, a sus vecinos que sueñan inocentemente con venir a sufrir lo que sufren ya otros como ustedes: la España racista no quiere de ellos porque en su ceguera islamofóbica los mira (erróneamente) como invasores y depredadores. Expóngale esta siniestra verdad a los suyos. No los deje que se metan en la boca del lobo. Es su deber proteger estos infelices de esta terrible amenaza. Dejarlos venir sería hacerse culpable de inasistencia a personas en peligro.
Y por cierto, señores Mouloud, Abdelkader, todos ustedes que están condenados a vivir en este abominable país racista, no lo duden un instante: rompan sus cadenas, sacudan el polvo de sus babuchas y abandonen este infierno. No les hagan a los racistas por más tiempo el regalo de su enriquecedora presencia. No sean más las víctimas de estos predadores implacables que atacan a sus madres en la calle, violan a sus hijas en cualquier descampado, saquean sus negocios, queman sus coches en los barrios y venden droga a sus hijos, mientras ustedes trabajan arduamente para pagarles las jubilaciones a estos desagradecidos. No lo duden: vénguense ustedes de todos esto años de miedo, sufrimiento, humillación y explotación que han padecido. Priven a los españoles de la oportunidad, el beneficio y la riqueza que ustedes representan y aportan a su decadente sociedad.
Y ya puestos, al partir de este país ingrato, llevénse con ustedes a sus amigos los intelectuales, los artistas, los periodistas, los izquierdistas de todo pelo y condición, las ONGs, los socialistas e incluso esas feministas que en el fondo tanto os quieren.
Además de ahorrarles el insoportable castigo de vivir sin ustedes, sería una magnífica venganza contra la España racista, privada así de esa formidable fuerza intelectual y humanista que tanto necesita para curarse de su perversión islamofóbica.
¡Así estarán bien castigados estos racistas españoles! Piensen ustedes, señores Mohamed y Mouloud, en la cara que pondrán los racistas españoles cuando el último barco haya alcanzado la línea del horizonte, cuando el último avión se haya desvanecido en el aire, cuando el último autobús haya pasado del otro lado de la frontera, cuando el último trasbordador haya cruzado el Estrecho. Descubrirán, demasiado tarde, que se fue lo mejor que había en el país, que se han quedado entre ellos. Solitos entre racistas.
¡Cuanto nos gustaría que eso ocurriera bien pronto! ¡Cómo nos ibamos a reír entonces
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