Un aviso a la Iglesia de gestos
La llegada a la Sede de Pedro del cardenal argentino, de origen italiano, Jorge Mario Bergoglio, va a suponer, por lo menos en apariencia, la vuelta a costumbres menos sofisticadas y barrocas a las que nos tenía acostumbrados la anterior curia vaticana. No es que sea mejor o peor cualquiera de ellas, simplemente vendrá bien probar y comprobar la nueva medicina, la nueva terapia, a aplicar.
El texto que se adjunta es una muestra indiscutible de lo que observan personas con una formación teológica superior a la media de los mortales. Por ello, tomen buena nota los que gustan de excesos, llegan otros tiempos. Todo ello, insisto, sin manifestar si es mejor o peor cualquiera de las formas de entender a la Iglesia Católica.
Homilia clara, de pie y sin mitra
Habló de pie, sin mitra, con sencillez y claridad, con la
llaneza de un cura de pueblo de Dios que cree en Dios. La mitra se la puso lo
indispensable y fue de las más sencillas que debió encontrar. Fue este un gesto
importante que de seguro influirá en lo sucesivo en todos sus compañeros
obispos y Cardenales. A los Papas y Obispos, y hasta a algún abad mitrado de
pueblo, les priva demasiado lucir anacrónicas, aparatosas y sobrecargadas
mitras, que más que signo de autoridad parecen pertenecer al variado compendio
casuístico de las vanitas vanitatís.
No estuvo el Papa hierático, rígido, protocolario, distante,
frío y medieval, allá lejano en su trono de señor feudal, atosigado y asfixiado
por los maestros de ceremonias, como hasta ahora han estado los Papas en sus
ceremoniales. Celebró su Misa de iniciación al Ministerio Petrino como lo
hubiera hecho en cualquier Iglesia de su tierra. No se dejó encorsetar por el
rígido ceremonial del Vaticano.
Desde su sede, contemplaba con ojos asombrados de párroco
llegado del confín del mundo lo que ocurría en la inmensa plaza de San Pedro y
dijo cosas importantes con la sencillez de las parábolas del Evangelio. En
torno a San José, a quien la Iglesia durante mucho tiempo no le hizo gran cosa,
desplegó una importante teología: Cuidar de la creación, cuidar de uno mismo y
cuidar a los demás.
Preciosa la consigna: No tener miedo a la ternura, ser
tiernos con nosotros mismos y con los demás. La clave de todo. Con palabras
nuevas y estilo diferente, con un lenguaje llano y de proximidad, recordó el
mensaje central del Evangelio. El abbé Pierre, fundador de los traperos de
Emaús en Francia, se hubiera alegrado de escuchar esa frase, él quien decía que
al final de cada jornada lo único que le preocupaba era preguntarse: ¿Hoy he
sido suficientemente tierno para con los demás?
Su primera Misa en el Vaticano, su primera homilía, va a ser
un claro punto de la inflexión en la línea
que el Vaticano viene llevando en cuanto a la dirección de la Iglesia Católica,
tan formalistas, tan política, tan de rúbricas, si es que la fontanería de la
Curia le deja y los Cardenales conspiradores de siempre no hacen descarrilar en su trayectoria
emprendida al nuevo Papa.
La impronta y el sello que se le advierte al Papa Francisco es la del
misionero, puro evangélico, vitalista, para nada funcionario ni engolado
empleado del Vaticano, cargado de mayordomos con frac, chaqué y levitas, escribas
y fariseos muchos, que ya se ha visto su supuestas lealtades en qué pueden
acabar.
La Iglesia Católica europea anda quemada,
desesperanzada, pesimista, decaída, sin vigor. Y ha entrado en el Vaticano la
Iglesia Católica latinoamericana a revitalizarla, a ponerlas patas arriba, a
hacerla vibrar, a quitarle los corses y las vestimentas, los aires y los
estilos medievales que la tienen influenciada, maniatada, asfixiada. A
ventilarla, oxigenarla, airearla, a actualizarla según el evangelio.
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