viernes, 12 de abril de 2013


Un aviso a la Iglesia de gestos

La llegada a la Sede de Pedro del cardenal argentino, de origen italiano, Jorge Mario Bergoglio, va a suponer, por lo menos en apariencia, la vuelta a costumbres menos sofisticadas y barrocas a las que nos tenía acostumbrados la anterior curia vaticana. No es que sea mejor o peor cualquiera de ellas, simplemente vendrá bien probar y comprobar la nueva medicina, la nueva terapia, a aplicar.
El texto que se adjunta es una muestra indiscutible de lo que observan personas con una formación teológica superior a la media de los mortales. Por ello, tomen buena nota los que gustan de excesos, llegan otros tiempos. Todo ello, insisto, sin manifestar si es mejor o peor cualquiera de las formas de entender a la Iglesia Católica.




Homilia clara, de pie y sin mitra


Habló de pie, sin mitra, con sencillez y claridad, con la llaneza de un cura de pueblo de Dios que cree en Dios. La mitra se la puso lo indispensable y fue de las más sencillas que debió encontrar. Fue este un gesto importante que de seguro influirá en lo sucesivo en todos sus compañeros obispos y Cardenales. A los Papas y Obispos, y hasta a algún abad mitrado de pueblo, les priva demasiado lucir anacrónicas, aparatosas y sobrecargadas mitras, que más que signo de autoridad parecen pertenecer al variado compendio casuístico de las vanitas vanitatís.

No estuvo el Papa hierático, rígido, protocolario, distante, frío y medieval, allá lejano en su trono de señor feudal, atosigado y asfixiado por los maestros de ceremonias, como hasta ahora han estado los Papas en sus ceremoniales. Celebró su Misa de iniciación al Ministerio Petrino como lo hubiera hecho en cualquier Iglesia de su tierra. No se dejó encorsetar por el rígido ceremonial del Vaticano.

Desde su sede, contemplaba con ojos asombrados de párroco llegado del confín del mundo lo que ocurría en la inmensa plaza de San Pedro y dijo cosas importantes con la sencillez de las parábolas del Evangelio. En torno a San José, a quien la Iglesia durante mucho tiempo no le hizo gran cosa, desplegó una importante teología: Cuidar de la creación, cuidar de uno mismo y cuidar a los demás.

Preciosa la consigna: No tener miedo a la ternura, ser tiernos con nosotros mismos y con los demás. La clave de todo. Con palabras nuevas y estilo diferente, con un lenguaje llano y de proximidad, recordó el mensaje central del Evangelio. El abbé Pierre, fundador de los traperos de Emaús en Francia, se hubiera alegrado de escuchar esa frase, él quien decía que al final de cada jornada lo único que le preocupaba era preguntarse: ¿Hoy he sido suficientemente tierno para con los demás?

Su primera Misa en el Vaticano, su primera homilía, va a ser un claro punto de la inflexión en la línea  que el Vaticano viene llevando en cuanto a la dirección de la Iglesia Católica, tan formalistas, tan política, tan de rúbricas, si es que la fontanería de la Curia le deja y los Cardenales conspiradores de siempre  no hacen descarrilar en su trayectoria emprendida al nuevo Papa.

La impronta y el sello que se le advierte al Papa Francisco es la del misionero, puro evangélico, vitalista, para nada funcionario ni engolado empleado del Vaticano, cargado de mayordomos con frac, chaqué y levitas, escribas y fariseos muchos, que ya se ha visto su supuestas lealtades en qué pueden acabar.

La Iglesia Católica europea anda quemada, desesperanzada, pesimista, decaída, sin vigor. Y ha entrado en el Vaticano la Iglesia Católica latinoamericana a revitalizarla, a ponerlas patas arriba, a hacerla vibrar, a quitarle los corses y las vestimentas, los aires y los estilos medievales que la tienen influenciada, maniatada, asfixiada. A ventilarla, oxigenarla, airearla, a actualizarla según el evangelio.

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