martes, 20 de diciembre de 2011

Un desgraciado ejemplo para la sociedad de la tolerancia. Personas o animales

Niños, no gracias

Cuando todas las mañanas me asomo al balcón de la prensa, hay días que siento vértigo ante lo que veo. Días atrás fue uno de ellos. Leí la noticia y me froté los ojos porque no daba crédito a lo que leía.
«Reservado el derecho de admisión: a quien con su comportamiento incívico o violento, u otras causas similares, perjudique el desarrollo de la actividad o cause molestias a otros usuarios y también a los menores de edad, acudan solos o acompañados.»
Es un cartel de una cafetería de Bilbao que no nombraré para no dar publicidad a un lugar que, en mi opinión, no la merece. También me consta que existen otros establecimientos y hoteles que lo hacen. Y lo peor es que, según dicen, lo hacen de forma legal porque no discriminan por razón de raza, sexo o religión… tan sólo por ser niño. No me parece moral que equiparen a nuestros hijos, prohibiéndoles la entrada, como a los animales, al tabaco, a los alteradores incívicos y violentos, etcétera.
Un psiquiatra estadounidense, Karl A. Menninger, decía que «lo que se dé a los niños, los niños darán a la sociedad». ¿Es esta intolerancia lo que queremos que vean nuestros hijos? Efectivamente, a un niño hay que educarlo para evitar que incurra en acciones incívicas, y eso es tarea de los padres, por lo que es a ellos, llegado el caso, a quienes se les debe llamar la atención e invitar a abandonar el local. Lo que no se puede es presuponer que todos los niños carecen de buena educación y se les impida el paso como si de animales se tratase.
No sé si los dueños o los amantes de esos lugares donde, cito literalmente, «quieren tener un público diferente», tendrán hijos y no los llevarán consigo, o los dueños impedirán el acceso a sus propios retoños, pero estamos hablando de los depositarios de nuestras ilusiones y de nuestro futuro. ¿O no saben que nuestras pensiones las pagarán esos niños cuando sean hombres y mujeres? Y entonces podrán pensar que se las pagan a aquellos que les impedían acceder con sus padres a restaurantes y hoteles sólo por el hecho de ser niños. Quizás para entonces tampoco se deje entrar a los pensionistas porque consumen poco debido a su escaso poder adquisitivo o porque no se ajustan al perfil.
 Pero, claro, una cafetería, restaurante, o lo que sea de Bilbao, pues eso, así les salen los niños. No todos, pero sí algunos. Pero no vale la pena perder más tiempo con estos animales. Pero hay un agravante, el número de estreñidos mentales que permiten con su asistencia la supervivencia de estos antros de miserables.

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