domingo, 27 de mayo de 2012


Libertad digital ha puesto el dedo en la llaga. La pitada al Himno Nacional español, el pasado viernes, es sólo la punta del iceberg de toda una serie de ultrajes a España y, principalmente, a cuantos españoles viven en las dos tribus separatistas. Cuando vamos a decir basta y en primer lugar el Gobierno de España. YA ESTÁ BIEN. Han de mover ficha YA y dejarse de tonterías, se lo demanda la mayoría de españoles, personas de bien.

El ultraje al Himno Nacional es sólo un síntoma

EDITORIAL

&quote&quoteEs el síntoma de un problema de fondo mucho más grave que el gobierno puede y debe resolver con la constitución en la mano. Escandalizarse por los síntomas sin atacar a la enfermedad seguirá siendo en el futuro una solemne pérdida de tiempo.
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Los prolegómenos de la final de la Copa del Rey se saldaron de la forma prevista, con una sonora pitada al himno nacional en la que no faltaron todo tipo de menosprecios y ultrajes al símbolo común de todos los españoles y sus instituciones más representativas. Las aficiones del Athletic de Bilbao y del F.C. Barcelona, espoleadas por las fuerzas nacionalistas de sus respectivas regiones, hicieron lo que se esperaba de ellas ante la inacción de las instituciones .responsables, como acertadamente ha denunciado la asociación cívica DENAES.

Ahora bien, no cabe cargar las tintas y mostrarse ofendidos solamente por este episodio que, sin restar gravedad a lo que supone, no es precisamente la transgresión más grave que los nacionalismos periféricos vienen cometiendo impunemente desde hace más de tres décadas de estado autonómico.
En Cataluña y el País Vasco, regiones de las que proceden los dos equipos de fútbol implicados en el acontecimiento de este viernes pasado, se atropellan derechos fundamentales de los ciudadanos sin que las instituciones garantes de la vigencia del orden constitucional en todo el territorio español actúen con la contundencia que ahora se exige para controlar el desarrollo de una competición deportiva.
El acoso a los catalanes y vascos que no se someten al dictado nacionalista está a la orden del día, con todo tipo de discriminaciones que, en un Estado de Derecho digno de tal nombre, habrían encontrado cumplida respuesta décadas atrás. Sin ir más lejos, el uso legítimo de la lengua común de todos los españoles, exigido incluso por numerosas sentencias particulares dictadas por el más alto tribunal, es todavía una aspiración que muchos ciudadanos esperan ver cumplida algún día mientras las instituciones autonómicas niegan el ejercicio de ese derecho con total impunidad. El exilio obligado de decenas de miles de ciudadanos españoles para huir de este acoso, con riesgo cierto de la propia vida como ha venido ocurriendo durante décadas, especialmente en el País Vasco, es desde luego también mucho más grave que una pitada al himno nacional en un recinto deportivo.
Por eso sorprende que una parte de la prensa se muestre horrorizada por la escena chusca protagonizada por los espectadores del estadio Vicente Calderón, mientras que esas otras situaciones mucho más lesivas para los derechos individuales quedan amortizadas a beneficio de inventario, salvo una reseña marginal cuando ocurre algún agravio especialmente bochornoso.
A la nación española y a los derechos y libertades de todos los españoles no se les defiende tan sólo tocando a rebato cuando los gobiernos separatistas prohíben los espectáculos taurinos o sus masas fanatizadas, tras décadas de educación en el odio a todo lo español, hacen el ridículo abochornando a los presentes en un partido de fútbol silbando al himno de España. 
Eso sólo son dos síntomas de un problema de fondo mucho más grave que el gobierno puede y debe resolver pues dispone de herramientas y mecanismos constitucionales nítidos y más que suficientes. Si no tiene agallas para atacar de raíz esa enfermedad, escandalizarse por los síntomas seguirá siendo en el futuro una solemne pérdida de tiempo. Treinta años de ultrajes continuados son más que suficientes.

domingo, 13 de mayo de 2012

El 15-M y sus mentiras

Detrás de este movimiento ciudadano hay mucha tela, pero mucha. Es poco creíble que vayan por libre y menos aún que sea casualidad el seguimiento mediático que tienen, principalmente de RTVE. Esperemos que pronto sea una realidad ese cambio de rumbo que anunció el Gobierno y que por higiene democrática hace falta YA. Lean, lean las 15 mentiras del 11-M. Muy currado el trabajo.




1.- Es mentira que se esfuercen en proteger las raíces de la democracia. Las arrancan de cuajo y sin contemplaciones siempre que violan las leyes y disposiciones de las autoridades, algo que han hecho a menudo y enfundándose en un cínico victimismo.

2.- Es mentira que estén desligados de los movimientos antisistema. No propugnan la reforma del actual estado de cosas sino, por subversiva elevación, la destrucción del orden establecido para levantar otro: el clásico sueño utópico de no pocos totalitarismos.

3.- Es mentira que presenten herramientas concretas para el cambio. Simplemente han trazado unas líneas-fuerza y objetivos a conquistar, muchos inaceptables en el mundo desarrollado y en la Europa civilizada, menos bien entrados ya en el siglo XXI.

4.- Es mentira que defiendan a los políticos responsables. Los han criminalizado en su conjunto confundiendo deliberadamente a justos con pecadores, a ejemplares con incompetentes, a formidables gestores con ladrones y gorrones, negándose por añadidura a condenar casos flagrantes de corrupción protagonizados por cargos públicos y sindicalistas de «la izquierda».

5.- Es mentira que defiendan a quienes están sufriendo la crisis. Sus salvajes estragos han generado pérdidas extraordinarias a honrados comerciantes que luchan cada día por sobrevivir y que han visto atacados sus derechos, sus libertades y sus propiedades con daños calculados en decenas de millones de euros.

6.- Es mentira que quieran más democracia y que la soberanía resida en el pueblo. Propugnan, simplemente, la ruptura hacia un modelo mixto de perfiles socialistas, comunistas y anarquistas: en absoluto se sienten incómodos con experimentos como los bolivarianos, que tanto daño han hecho a las sociedades abiertas.

7.- Es mentira que sean pacifistas. Han cruzado la línea de la desobediencia civil o la objeción de conciencia, ejerciendo la violencia a través de tácticas de guerrilla urbana que en casos concretos como en Cataluña han representado una verdadera vergüenza nacional.

8.- Es mentira que crean implacablemente en el sufragio. Si no hubiese partidos de su gusto a los que poder votar, ya habrían fundado uno (superando su pereza y trascendiendo sus alborotos) para poder ejercer un derecho político y constitucional sagrado en la modernidad.

9.- Es mentira que se rebelen contra toda forma de injusticia social. Carece de toda justicia que, en su obsesión por privatizar los espacios de todos por la vía de los tenderetes, hayan hurtado a compatriotas corrientes y molientes de su libertad de movimientos llegando a dañar la propia salud pública.

10.- Es mentira que sean solidarios. Si así fuese, no estarían ocupando las plazas de España sino, de forma callada, ayudando a servir platos de sopa a los hambrientos y los pobres que se multiplican cada día en este país y encuentran el amparo en organizaciones vinculadas a la Iglesia.

11.- Es mentira que sean apartidistas. Sencillamente se oponen a «algunos» partidos que no son de su agrado: los que propugnan, con mayor o menor acierto, programas de gobierno socialdemócratas, liberales o conservadores.

12.- Es mentira que se organicen de forma horizontal. En la planificación, la ejecución y el control de sus acciones se rigen, en última instancia y en los momentos decisivos, por patrones verticales de corte soviético.

13.- Es mentira que se rebelen contra toda forma de impunidad. Se han esforzado en cortocircuitar las penas y las multas para muchos de los que, más allá de las soflamas de turno, han perpetrado delitos tipificados en el Código Penal.

14.- Es mentira que representen lo que la mayoría piensa. Sus acólitos no se miden por millones ni en las calles (como se comprueba ya estos días), ni en los registros de firmas de sus manifiestos (basta con acceder a sus páginas en internet).

15.- Es mentira que sean inconformistas. Hay que ser mansos y oportunistas para generar estallidos de rebeldía sólo cuando el calendario y el buen tiempo lo ponen en bandeja.

Via

viernes, 4 de mayo de 2012


GUERRA CIVIL

El terror en Madrid, antes, durante y después de Paracuellos

Por José Carlos Rodríguez

El terror en la retaguardia durante la guerra española sigue siendo una cuestión abierta. Tan es así que el anterior Gobierno hizo de ella un instrumento político. Pero también lo es desde el punto de vista histórico, como demuestra el hecho de que se siguen haciendo aportaciones valiosas. La última es El terror rojo, de Julius Ruiz.
Esa improbable combinación entre el nombre y el apellido se debe a que este hispanista británico es de origen español. El autor le agradece a su padre no ya el conocimiento de nuestro idioma, sino el interés por la historia de nuestro país. Un interés que se ha centrado en la represión de retaguardia y en la del primer franquismo. A este último asunto le ha dedicado un libro, editado por Oxford University Press.
¿Cómo refleja el autor el terror rojo que anuncia en el título? Por comenzar por lo más llamativo, Ruiz sostiene que los paseos con que los milicianos conducían a la muerte a millares de madrileños fue un fenómeno similar al registrado en el mundo del hampa norteamericano de aquellos años, reflejado en las películas de entonces, que por supuesto se veían también en Madrid. Ese fue el modelo, dice Ruiz, más que las checas, palabra que los republicanos de entonces, afirma, no utilizaban.
El asesinato de Calvo-Sotelo, el detonante del alzamiento, contiene según Ruiz todos los elementos que luego se repetirán en los siniestros paseos:
En primer lugar, lo llevó a cabo una brigada mezcla de policías y milicias. (...) En segundo lugar, [el asesinado] fue víctima del gangsterismo: lo llevaron a dar un paseo en el asiento trasero de una camioneta de la Policía y se deshicieron de su cadáver en el cementerio de la ciudad. En tercer lugar, los dirigentes socialistas proporcionaron protección política a los autores del asesinato.
El Gobierno de Giral repartió armas entre el pueblo, que es el eufemismo con que la izquierda se refiere a las organizaciones políticas autorizadas. Pero recibieron una cantidad pequeña en comparación con la que obtuvieron por otros medios. Con ellas recorrieron las calles, acudieron a comercios y viviendas, en busca de fascistas. Ruiz describe, con cierto detalle, cómo campaban por sus respetos quienes perpetraban esta violencia espontánea, mientras el Gobierno limpiaba las fuerzas del orden de desafectos y creaba una estructura que proporcionase seguridad frente al enemigo interior.
De la detención a la ejecución muchas veces no había paso intermedio alguno, sólo apenas unas horas. Los responsables del Gobierno intentaron, paso a paso, ejercer control sobre el terror. La situación era alarmante. El 25 de julio el alcalde ordenó a los médicos que no realizaran más autopsias a los cuerpos arrojados a las calles, debido a su "gran aglomeración", sino que se limitaran a "certificar la defunción". El ambiente está captado por estas palabras de Buñuel, sacadas de sus memorias:
La mayoría de los coches llevaba un par de colchones atados al capó para protegerse de los disparos. Era peligroso hasta sacar la mano para indicar un giro, puesto que este gesto podría ser interpretado como un saludo fascista y hacer que recibieras una rápida ráfaga de disparos.
La violencia/justicia/seguridad revolucionaria corría a cargo por un lado del Gobierno y por otro de los partidos. Las relaciones entre éstos y aquél no siempre fueron fluidas; de hecho, un factor muy importante en el desarrollo de los acontecimientos fue el miedo de las autoridades a enfrentarse alpueblo. Las detenciones que practicaban los miembros de los distintos partidos de izquierda acabaron creando el problema de las prisiones. Y a tal aumento de la población reclusa se le buscó una trágica solución.
El Comité Provincial de Investigación Pública, el CPIP, controlado por los partidos, practicaba detenciones pero también hacía las veces de tribunal revolucionario. En el CPIP estaban todos, empezando por la gente de Izquierda Republicana y Unión Republicana: Ruiz nos advierte de que no debemos pensar que fueron menos crueles que otros.
El CPIP fue el centro de la represión roja en Madrid. Nadie pudo jamás acabar con las ejecuciones extrajudiciales. "La magnitud del CPIP indica la legitimidad de la que disfrutaba en el Madrid antifascista", dice el autor. A finales de agosto decía Luis Araquistaín, lo más cercano a un intelectual dentro del caballerismo:
Todavía [se tardará] algún tiempo en barrer de todo el país a los sediciosos. La limpia va a ser tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio.
Para finales de octubre, "un mínimo de 4.000 personas habían sido detenidas, si no asesinadas, por el CPIP".
¿Qué juicio merece la posición de los responsables republicanos ante esta maquinaria de represión de ciudadanos desafectos? De nuevo Ruiz:
La red de asesinatos, aunque no estaba basada en ningún plan, fue forjada por organizaciones del Frente Popular en conjunción con una Dirección General de Seguridad que ya había sufrido una purga. El centro fue el Comité Provincial de Investigación Pública, una organización oficialmente consentida, que proporcionaba justicia las veinticuatro horas del día. Aun así, hubo denuncias de violencia incontrolada procedentes de líderes de la izquierda a lo largo del verano de 1936. ¿Podría haberse creado esa red de terror sin su aprobación?
Todo lo anterior fue antes de que comenzasen las matanzas de Paracuellos. El relato se apega a las razones y los avatares de las sacas masivas. Que Ruiz identifica con los paseíllos, sólo que no en rápidos y modernos coches, sino en autobuses de dos pisos.
¿Ordenó el Ejecutivo que la Dirección General de Seguridad pusiese en marcha Paracuellos?
No hubo directivas del Gobierno para que se realizaran esas matanzas, pero los ministros clave aceptaron la solución de CPIP para el problema de las prisiones. Aquello no fue sólo pecar por omisión. Aunque el CPIP actuó por propia iniciativa, recibió la legitimación retrospectiva por sus acciones de manos de Ángel Galarza y Manuel Muñoz en forma de órdenes de la DGS de evacuación. Dicho de otro modo, el ministro de la Gobernación y su Dirección General de Seguridad mantuvieron una atmósfera permisiva que dejó que las sacas continuaran sin obstáculos hasta el 6 de noviembre.
¿Y cuál es, finalmente, la responsabilidad de Santiago Carrillo? Ruiz no alberga la menor duda, y aporta un argumento muy interesante:
La distribución espacial del poder dentro de la Consejería de Orden Público indica que la ignorancia de su jefe fue poco probable. El despacho de Carrillo se encontraba en un palacete en la esquina de la calle Lista con Núñez de Balboa que antes de la guerra pertenecía al financiero Juan March. Situado en el corazón del barrio de Salamanca, estaba a unos minutos de la cárcel de Porlier y de las oficinas del Consejo de Investigación de la DGS de Poncela, situado en un edificio ministerial de la calle Serrano número 37. La comandancia de las MVR, la principal fuente de mano de obra para las sacas masivas, se encontraba seis portales más adelante. La proximidad geográfica de los centros neurálgicos de poder de la Consejería da credibilidad a la afirmación de Torrecilla de que Carrillo se reunía a diario con Poncela para hablar sobre la labor del Consejo de Investigación. Fue revelador que Carrillo le contara a Gibson por error, en septiembre de 1982, que trabajaba desde la calle de Serrano número 37, la base del Consejo de Investigación.
Ruiz muestra, en definitiva, cómo la violencia, ejercida desde los partidos de izquierda con sus propias fuerzas o en colaboración con el Estado, se dio desde el primer momento y a gran escala, antes incluso de Paracuellos. Y que si terminó fue porque la escala de las matanzas hacía ya imposible su ocultación a los países a los que se solicitaba apoyo. Además, enmarca tal violencia en el esfuerzo de guerra, en la convicción izquierdista de que había una peligrosa quinta columna derechista que podría conspirar con el ejército de Franco, que cercaba la capital.
El terror rojo es una gran contribución a la comprensión de este período y de la represión en el Madrid republicano. Pero tiene carencias. La explicación de la violencia como parte del esfuerzo de guerra es insuficiente. ¿Por qué se dio tan pronto y a tal escala? ¿Qué significado tienen los testimonios que hablan de "limpiar" la retaguardia como paso necesario para la reforma social? ¿Por qué la izquierda era violenta desde mucho antes de que empezara la guerra? Tales carencias, ya señaladas por Pío Moa, tendrá que suplirlas el lector con otras referencias. Pero no por ello renuncie a recorrer estas páginas si nuestra última guerra civil le resulta de interés.

JULIUS RUIZ: EL TERROR ROJOEspasa (Madrid), 2012, 480 páginas. Traducción de Jesús de la Torre.