El mundo cristiano es aquél que asume la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo como propia, la que difundieron sus apóstoles y la que enriqueció la Iglesia que fundó Jesús. Es una doctrina de Paz, Libertad, Amor, Fraternidad, Fe, Esperanza, Caridad, soportes de la Vida, por más que algunos se empeñen en prostituirla.
El Belén, con mayúscula, es un bien patrimonial de la Iglesia, especialmente de la Católica, a cuyo patrimonio cultural, social y religioso pertenece. En esencia es una reconstrucción figurada, en imágenes de bulto entero, bien en madera tallada o en barro cocido ( cerámica), porcelana en menor medida, de todo el misterio y proceso histórico de la Natividad, es decir el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, tal y como aparece en el relato bíblico aplicado a su tiempo y a su paisaje, sazonado posteriormente con ingenuas representaciones y hoy enriquecido con tecnología moderna para hacerlo más atractivo y el corcho, el aluminio, el plástico, los metales y la electricidad, entre otros, ayudan a ello.
Aunque sobre su origen se ha escrito mucho, con aportaciones documentales diversas, haciéndolo arrancar desde los primeros siglos de difusión del cristianismo, algunos creen que deriva de los misterios teatrales de los siglos X y XI, hace pues más de mil años, instituyéndolo San Francisco de Asís como fiesta en 1223. Su origen italiano parece incuestionable, extendiéndose en España a partir del siglo XVIII de la mano de Carlos III, quien trasladó la costumbre desde Nápoles a Madrid, allí muy extendida ya y adaptándose aquí de inmediato por influencia real. Desde España saltó a las Américas donde arraigó profundamente. Tanto allá como aquí pronto alcanzó gran esplendor de la mano de los grandes imagineros, Salzillo por ejemplo.
Que el Belén está bien vivo no es una afirmación gratuita, basta repasar la prensa diaria de toda España para ver el trato que se le da en multitud de localidades a nivel público, mientras que a nivel privado sin duda que se mantiene, quizá en compañía, a veces al pie, del árbol de Navidad.
En Valencia hay extraordinarios belenes, que se siguen montando anualmente, como el famoso de Bancaja, mientras que otros, como el que ha montado Na Jordana, siguiendo su tradición fallera e imaginativa que, este año, le ha llevado a combinarlo con la estructura arquitectónica de la Exposición de 1909 y que compite con otros de gran monumentalidad y que compite con otros de gran monumentalidad también. En Alcoy, el de Tirisiti, destaca por ser un Belén vivo animado, lo que le ha dado un merecido renombre.
Pero son miles y miles los que se instalan en otros tantos hogares valencianos, desde los que ocupan más de una docena de metros cuadrados hasta los que se limitan a un simple establo con lo básico. En Vallada, por ejemplo, es famoso y ha trascendido, el que monta su alcalde , Fernando Giner; mientras que en Enguera el de la familia Olcina destaca por su extensión y el ingenio de su montaje.
En Navidad era, y es todavía, una fiesta el montaje del belén doméstico y, aún recuerdo, con deleite, la búsqueda de travertino ( piedra de tosca en la zona) en las cuevas de mi pueblo, Anna, para la construcción de la cueva o lugar del Nacimiento que sustituía al establo, o de musgo en las cascadas para las corrientes de agua, o de piteras para su errónea ambientación, o la construcción de palmeras, o las reiteradas visitas a dos de los belenes más artísticos de la localidad, uno de ellos obra de un eminente sacerdote actualmente y, el otro, de un reputado artista, Ciges el primero, y Molina Ciges el segundo.
Pero lo afectivo y lo artístico no debe hacernos perder el auténtico sentido del Belén, una representación eminentemente didáctica para continuar manteniendo vivo el recuerdo de que con un Nacimiento arrancó la única religión que puede proporcionarnos varios bienes patrimoniales de absoluta y básica necesidad, la Fe y la Esperanza, sin los cuales la vida pierde su sentido, y la Libertad, la Paz, el Amor, la Fraternidad y la Caridad para vivir como hermanos y dar a la especie y a la vida la dignidad que merece.
Pero, en los últimos tiempos no sólo el belén sufre ataques directos, también otros muchos símbolos religiosos cristianos, el crucifijo entre ellos, ataques de gentes desnortadas y desocupadas que aplican su inútil tiempo (tan escaso y tan valioso) en campañas absurdas pero irritantes contra ellos. Los ataques indirectos le vienen del galopante y lamentable laicismo que avanza constante a pesar de las claras advertencias sobre su esterilidad, intentando implantar, además, simbología ajena, despersonalizadora y que amenaza con sustituir paulatinamente un bien patrimonial de primer orden. El apoyo que pretenden de la ciencia es justo todo lo contrario de lo que se desprende de su avance y, su ridícula apelación a la libertad, carece de sentido porque se apoya en la limitación o anulación de la existente.
En el mundo cristiano, por los profundos valores expuestos y sin dejar que lo lúdico, anecdótico y circunstancial, oculte lo trascendente, tenemos el deber y la necesidad de mantener y extender tanto el Belén como la simbología cristiana, enriqueciendo su contenido. En este sentido los poderes públicos, tanto los políticos como los económicos, deben contribuir a ello. ¿ Lo haremos? Ya vorem.